El caballo menorquín en estado puro
Entre dos azules, de cielo y de mar, van cobrando vida las piedras, los senderos, las flores de manzanilla... Pequeños barcos de pesca regresan dibujando tras de si estelas de plata.
Silencio, quietud en esas tempranas horas, cuando, desvanecida ya la última estrella, rompe el alba en la suave luz del día que nace.
En un recodo del camino se levanta, majestuosa, la silueta de Azabache. Desde la oscuridad hacia la luz, en una perfecta simbiosis, un jinete enlutado cabalga su montura de terciopelo negro. El ritmo de los cascos truena sobre la tierra y en las rocas del camino.
Erguido sobre sus patas traseras, el caballo parece ejecutar su particular saludo al sol. La belleza de esta estampa de la Naturaleza nos recuerda que estamos en Menorca, la isla balear declarada por la UNESCO Reserva de la Biosfera, Patrimonio Universal.
Ha nacido el día y el galope de la yeguada llena de ecos mágicos las antiguas fortificaciones.
A Menorca los griegos la denominaron significativamente, Meloussa, tierra de ganados, y por este topónimo la conocían los fenicios cuando crearon en ella sus colonias. Hoy es tierra de caballos de raza, caballos negros, poderosos, fuertes y equilibrados. Tal es el amor que los autóctonos sienten por sus caballos, que esta isla registra la densidad de equinos más alta de Europa.